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El teclazo por la verdad

«¿Por qué privarnos de conocer al mundo con los ojos de la tecnología?», le preguntan a Obama dos niños cubanos con discapacidad visual.

Por Norland Rosendo González

Unas horas después de que por vigésimo primera vez consecutiva el mundo le reiterara al imperio su rechazo al bloqueo económico, financiero y comercial a Cuba, un vocero del Departamento de Estado de EEUU ratificó algo que le va quedando a su gobierno como único recurso ante tantos palos que la ha dado la ONU: la tozudez. «Nuestra política permanecerá igual. No va a cambiar», dijo Mark Toner a la agencia de noticias AP.

Tras la lacónica e insostenible respuesta del funcionario, pensé en Joviel y Jesús, dos niños de Jibacoa, en la sierra del Escambray, que aprendieron en pleno siglo XXI a escribir y leer en el sistema Braille —empleado por ciegos y débiles visuales—, solo con una regleta y un punzón, cuando en el mercado norteamericano se comercializan máquinas y computadoras que les permitirían acceder a un mundo casi infinito de conocimientos.

Cuba, a pesar de sus tantas urgencias y necesidades, les garantizó a ambos en su propia escuelita rural una metodología tradicional, pero efectiva, con la que burló el avieso interés de Washington de que también los discapacitados sientan impotencia y desaliento.

Joviel y Jesús no podrán usar tecnología que contenga al menos un 10% de componentes norteamericanos, ni que las vendan empresas o sucursales de esa nación. Un escandaloso ejército de «inspectores imperiales» anda por todo el mundo verificando que nadie viole ese acápite del bloqueo.

Si se adquiere en otro país, el costo del flete es mayor porque el barco que atraque en puerto cubano tendrá prohibido hacerlo en Estados Unidos durante seis meses, y la transacción comercial tampoco podrá ser en dólares. Ninguno de los bancos internacionales nos da créditos aunque sea para adquirir medios de enseñanza para niños discapacitados, por orden de Washington, principal inversionista y decisor.

El cerco económico, comercial y financiero que desde 1992 recibe una condena abrumadora de la Asamblea General de la ONU, se remonta a los inicios de la Revolución. El 6 de abril de 1960, el entonces subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Lester D. Mallory, suscribió un documento que reconocía la adhesión de la mayoría de los cubanos al proceso revolucionario, razón por la que la única vía posible para derrocar al Gobierno de (Fidel) Castro era generando descontento, dificultades económicas, desaliento y hambre. Esa política inhumana de once administraciones sucesivas, decretada oficialmente en 1962 por el presidente John F. Kennedy, está considerada por la Conferencia Naval de Londres, en 1909, como un acto de guerra.

Los tanques pensantes del imperio sugirieron sustituir del lenguaje oficial el vocablo bloqueo por embargo, para confundir a la opinión pública mundial, hastiada ya de tantos conflictos bélicos, muertes, bombazos, magnicidios.

Un cambio de palabra que lleva a una trampa técnica, porque embargo constituye la forma judicial de retener bienes para asegurar el cumplimiento de una obligación contraída legítimamente, además de ser una medida precautoria de carácter patrimonial autorizada por juez, tribunal o autoridad competente, con igual propósito de cumplir por el deudor sus compromisos con sus acreedores.

Entonces, cabría la pregunta, ¿qué le debe Cuba a los Estados Unidos? ¿Qué delito ha cometido que justifique que le prohíban desarrollarse económicamente y comerciar de manera pacífica con todas las naciones? El eufemismo se desploma por sí solo, como el representante norteamericano al observar el martes en la pizarra electrónica de la ONU como 188 países, de los 193 que emitieron su voto, condenaron el bloqueo.

Solo desde mayo del año pasado a abril de este, dicho cerco le ha costado a nuestro país unos 10 millones de dólares. La salud pública ha sido uno de los sectores más afectados, según los datos y ejemplos aportados por el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, ante el plenario de la ONU.

Barack Obama tiene ahora la posibilidad de ser coherente con el eje mediático de su campaña presidencial: «Cambio». Cerrar este capítulo de la Guerra Fría, que lleva ya medio siglo sin los resultados deseados por Washington y acceder a poner en diálogo a ambas partes para normalizar las relaciones, sería su más sabia decisión, amén de que en Miami a algunos les de una pataleta infantil.

A las manos de Joviel y Jesús quizás no lleguen nunca los guantes con sensores para la lectura en Braille. No solo por lo costosa que resulta, sino porque el bloqueo lo impedirá. Pero con su regleta y su punzón, podrán enviarle este mensaje a Obama: «¿Por qué privarnos de conocer al mundo con los ojos de la tecnología?».

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