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El teclazo por la verdad

La obra bolivariana funda, sueña, vive

La obra bolivariana funda, sueña, vive

Por Norland Rosendo González

Como el bien y el mal, irreconciliables, andan los guerreros mediáticos en torno a la salud de Chávez. Los unos, parapetados tras una batería de medios hecha con la más sofisticada tecnología, cuyo poder colonizador jamás había conocido la humanidad, disparan constantemente partes médicos dudosos, opiniones de oncólogos sin ética, rumores, alientan la insubordinación, la quiebra de la institucionalidad y reinterpretan la constitución bolivariana a su antojo, para fijar matrices de opinión que le apaguen la luz al ALBA y quiebren el proyecto socialista de Venezuela, para lo cual necesitan un escenario sin Chávez.

Los otros, como guerrilleros, sin tanta parafernalia en sus «armas de combate», pero con la verdad, el sentido común, el amor al prójimo y a la vida, los seguidores del líder venezolano difunden otro punto de vista: humano, civilizado, que apuesta por el orden, la defensa del ideario chavista, que no es más que el de Bolívar, Martí, Mariátegui, el Che, Fidel, una síntesis de lo mejor del pensamiento latinoamericanista.

A diferencia de aquellos que lo reducen todo a un hombre, estos defienden una cosmovisión continental autóctona, un mundo hecho con todos los colores, culturas, historias, razas, músicas, lenguas que coexisten al sur del Río Bravo, incluidos los de las islas caribeñas, a las que separa el mar, pero no el sueño de integración.

En Chávez se resume el proyecto inconcluso de unidad latinoamericana. Su discurso y sus hechos apuntan a un tejido fuerte entre los pueblos y los gobiernos, que reconoce las asimetrías en cuanto a grados de desarrollo económico y propone fórmulas para atenuarlas; gestiona el consenso sin obviar las diferencias políticas; y sobre todo, valora las riquezas espirituales del continente, la mística de las culturas ancestrales. Nada desecha Chávez en su esperanza de trascender el capitalismo. Eso es lo que más duele en los centro de poder imperiales.

Bajo su liderazgo, el ALCA, promovida por Washington para atenazar a las maltrechas economías de lo que alguna vez fue su traspatio, fue sepultada y nació el ALBA, la Alternativa primero y la Alianza después, Bolivariana de nuestra América. La luz empezó por Cuba y Venezuela, y se extendió como un sol por otros países. Surgieron los proyectos grannacionales de petróleo, alimentos, el Banco del Sur, Telesur... El sueño se va haciendo realidad, caminamos con nuestros propios pies y pensamos solos, sin las recetas en inglés del Tío Sam.

La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) es un espacio que estamos construyendo para contar con un instrumento político sin injerencias, como lo es MERCOSUR para sus miembros en el orden económico y comercial. Chávez alienta esas formas de integrarse y pone los cuantiosos recursos venezolanos a disposición del desarrollo integral y sostenible de nuestra América.

Ha tenido la osadía de criticar las políticas de la Casa Blanca, la OEA, Wall Street; de erguirse frente a quienes durante siglos calificaron a los hombres y mujeres de esta parte del mundo como gente inferior, bárbara, y pedir respeto, trato digno, de iguales. Su vocación libertaria lo hizo venir a Santa Clara en octubre de 2007 al encuentro con el Che, precursor del antiimperialismo a mediados del siglo pasado, justo cuando más botas imperiales regían los destinos del continente y el control ideológico de las masas desposeídas era más férreo.

En aquella memorable jornada, Chávez renovó su compromiso con el socialismo del siglo XXI, a lo Mariátegui, sin copiar a nadie. Y esa osadía suya reforzó el odio visceral de los jerarcas de Washington y sus acólitos de Miami, Madrid y la elite burguesa de Venezuela, despojada de un poder que les engordaba las arcas privadas a la par que ensanchaba los cinturones de pobreza en la periferia de las ciudades y en los campos.

Pero cometieron un error estratégico los detractores de la Venezuela bolivariana: creyeron que con Chávez enfermo todo se iría abajo, se paralizaría. Y cuando se percataron de la fortaleza del pueblo chavista, de su resistencia, de que más que a un hombre, defendían el derecho a caminar solos, a abrir senderos anchurosos con la vista puesta en el horizonte socialista, reforzaron su bombardeo mediático, sicológico, para amedrentar, a imagen y semejanza de la mafia, a punta de pistola, inclusive.

Saben que Caracas es un referente de la izquierda universal de estos tiempos. Las ideas anticolonialistas, antiimperialistas, anticapitalistas encuentran allí un escenario para el debate, la articulación, la concepción de agendas inclusivas y de alternativas para salvar a la civilización de la catástrofe a la que nos conducen las ciegas fuerzas del capital trasnacional y guerrerista, al amparo de un pensamiento neoconservador.

Mientras Chávez atraviesa por un momento complejo de su vida, se polarizan las fuerzas que lo defienden y las que lo odian. Las primeras crecen como una ola en pleno desarrollo; las segundas, menguadas, se camuflan en los medios, las falsedades y el supuesto desconcierto para promover su añeja receta: la vuelta al capitalismo.

El vicepresidente ejecutivo, Nicolás Maduro, anunció esta semana la buena nueva de que «Chávez va remontando la cuesta». La noticia ha dejado al discurso necrofílico de la oposición sin argumentos. Sus fuentes de (des)información comienzan a desaparecer en veloz estampida del escenario mediático. Lo más importante es que la obra bolivariana avanza, se radicaliza, prende en las mayorías no solo venezolanas, sino latinoamericanas y caribeñas. Funda. Sueña. Vive.

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