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El teclazo por la verdad

La guerra ¿sin paz?

La guerra ¿sin paz?

A Ana Berta González Ibargollín el amor la llevó desde el centro de Cuba hasta la Franja de Gaza, en Palestina, donde vivió recientemente los 22 días de la brutal agresión israelí contra ese territorio. En medio de esa situación contó siempre con el aliento del Estado cubano, a través de la embajada en Egipto.

Norland Rosendo González

Con un bombardeo relámpago el 27 de diciembre del 2008 comenzó la noche más larga que ha vivido la villaclareña Ana Berta González Ibargollín en Beit Lahia, en la Franja de Gaza.

Durante 22 días el ejército israelí atacó esa región palestina desde mar, aire y tierra. Por el frente estaban emplazados los tanques; al fondo, los barcos artillados; y por encima volaban los helicópteros Apaches, los F16 y los «san nana».

¡Qué avioncitos esos! Tan chiquitos (poco más de un metro de largo) y tanto que molestan. No cesan de hacer fotos y, cuando los sionistas ven algo «anormal» en las imágenes, descargan, de manera instantánea, dos mortíferos cohetes.

Hacen un ruido ensordecedor e interfieren las señales de televisión. Uno solo basta para perturbar la tranquilidad, y a veces hay más de cinco juntos sobrevolando en todas direcciones.

No dormía ni un segundo. Era una zozobra perenne. Sentía cuando los cohetes salían con su ruido característico: ffffffffffffffffff. Yo me ponía las manos en la cabeza, y decía: Dios mío, ¿dónde irá a caer? Y al instante, el estruendo y la nube de humo grisáceo, a veces a escasos cientos metros de uno.

 

JAMÁS SOLO CONTRA HAMAS

 

Israel dijo que el movimiento de resistencia Hamas se pasaba la vida tirándole bombas a los asentamientos judíos y que los tenían atemorizados.

Vaya burla, Hamas les lanza unos artefactos caseros que casi siempre explotan en territorio palestino. No tienen alcance ni poder destructivo. Son esas sus «poderosas armas» para la defensa.

Si ellos vivieran dentro de la Franja, habrían infartado desde el primer día, porque allí sí suena la desconcertante sinfonía de los obuses.

Los soldados judíos no tienen piedad. Muchos, con menos de 20 años, actúan ya como bárbaros. Pareciera que hubieran sufrido en carne propia los ultrajes cometidos por los fascistas alemanes contra los judíos durante la segunda guerra mundial.

¿Acaso, los palestinos fueron los responsables de aquella masacre? Esa pregunta flotaba en el ambiente cada vez que aplastaban cadáveres con los tanques, lanzaban obuses en hospitales y escuelas, o sepultaban barriadas completas para ocultar a la opinión pública internacional que allí vivía gente.

No le permitieron a una familia recoger el cadáver de una niña.

«¡Déjenla ahí y váyanse ya, o abrimos fuego contra ustedes también!», les ordenaron.

Después, la imagen le ha dado la vuelta al mundo. Un diminuto cuerpo calcinado sin las extremidades inferiores, devoradas por los perros, que han saciado su hambre con las tantas víctimas insepultas en Gaza.

Una mujer con heridas en su cuerpo estuvo tres días en su casa con el esposo e hijo muertos. Las bombas no la dejaban salir.

La Franja era por eso días un infinito cúmulo de humo gris. La frecuencia con que caían los proyectiles no permitía que el cielo se despejara. Faltaba electricidad, agua, pan, comida y gas.

En los hospitales no cabían más heridos y las dispensas de medicamentos estaban vacías. Al otro lado de las fronteras aguardan aún las caravanas de rastras con la ayuda humanitaria que Tel Aviv no deja pasar. Algunos camiones llevan meses esperando por la apertura del bloqueo.

Solo la presión internacional ha obligado a los israelíes a abrir a ratos los puntos de control de acceso. Cruzan algunos camiones y entonces montan una campaña mediática para «convencer» al mundo de su bondad y nobleza. Después, transcurren los meses y las compuertas no se mueven más.

Adentro, la gente agoniza y muere. Hasta los psiquiatras necesitan tratamiento psiquiátrico para poder convivir con tantas secuelas de la guerra.

Estos últimos días han sido fríos. También llueve a cántaros. Una lluvia fría que hiere la piel de los miles de palestinos sin casa.

Una vivienda en la Franja de Gaza puede costar más de 40 mil dólares y a veces 20 años para edificarla. Duele que en apenas cinco segundos quede reducida a un amasijo de cemento, cables, hierro y los desechos del mobiliario.

Tras los 22 días de guerra, mucha gente ha colocado algunas hileras de bloques y las cubre con una manta. Esa es su nueva morada para protegerse del frío, los aguaceros y las bombas.

Los sionistas no dejaban trabajar casi a la Cruz Roja Internacional. «No pueden entrar ahí», les decían. La prensa tampoco tuvo libre acceso. Incluso, les dispararon a los edificios de la ONU. Dos vecinos míos se pusieron a hacer fotos de la barbarie con sus celulares, y los calcinaron de un bombazo.

 

BALAS PARA FLORES Y MUERTOS

 

Tras varias jornadas de incesante ataque, comenzaron a decretar dos horas diarias de alto el fuego. Pero era una burla, cuando la gente salía a socorrer los heridos y recoger los cadáveres, intensificaban la lluvia de misiles.

Para los musulmanes los muertos resultan sagrados. Una vez inhumados, no los desentierran jamás. Como afrenta, los israelíes les tiraron con todo a los cementerios.

La gente salía a las calles en medio de los bombardeos a comprar pan y los aniquilaban en las colas. A otros los carbonizaban cuando regresaban de las huertas donde cultivaban los alimentos necesarios para sobrevivir.

Aunque intentaron negarlo, utilizaron bombas de fósforo blanco contra civiles, prohibidas por el protocolo III de la Convención de 1980 sobre las armas convencionales.

Cuando los médicos curaban por segunda vez a los heridos de proyectiles fabricados con ese elemento, muchas veces tenían aún residuos de un humo que les calcinaba la piel.

La estrategia de Tel Aviv era destruirlo todo. No dejaron fábricas ni granjas en pie. Cogían los lotes de animales y los mataban: las aves, los conejos, las vacas... Dejaron montañas de gallinas carbonizadas. ¿De qué van a vivir los palestinos, si tampoco dejan pasar la ayuda humanitaria?

Donde alguna vez había plantaciones de hortalizas, fresas, papas, maíz o flores, no quedó más que tierra chamuscada.

Un cartón de huevo vale ahora unos 8 dólares; un kilo de carne, 20; uno de pollo, 8. Esos precios no están aptos para la mayoría de los palestinos, que viven en la pobreza.

Apenas un 20% tiene empleo. El resto sobrevive gracias a la ayuda foránea y a lo poco que cosechan. Para colmo, hace dos años que Israel no les compra fresas ni flores, esos eran dos renglones que apuntalaban la maltrecha economía de la Franja.

La televisión francesa se entrevistó con una niña que lo perdió todo. «Mira, estos eran mis libros, quedaron hecho polvo. ¿Y con qué voy a estudiar ahora?» Sacó unas monedas ennegrecidas de un bolsillo de su ajado pantalón. «Hasta el dinero lo han quemado», dijo mientras se acercaba a unos inmensos boquetes en la pared de su casa, por donde entran impunes los rayos del sol.

Los infantes son los más vulnerables. Miles quedaron huérfanos, sin futuro, con las miradas vacías, puestas en un horizonte de juguetes y juegos que no conocen.

En la Asociación que dirige mi esposo tratan de reanimarlos. Los llevan a la playa en verano, los enseñan a pintar, hacen títeres y piezas de cerámica, empinan papalotes, les reparten regalos donados por organizaciones no gubernamentales del mundo.

Un grupo de psicólogos aúnan esfuerzos para que sonrían en medio de tanta irracionalidad. Porque ellos son el futuro del pueblo.

Pero esta confrontación parece no tener fin. En cada hogar hay, como mínimo, un mártir. Eso acrecienta el odio, el trauma y la beligerancia. ¿O tú o yo?, esa es la cuestión de los judíos.

Israel apuesta por el exterminio. Quiere ocupar esas tierras definitivamente, a espaladas de la razón y del mundo, y borrar hasta de los sagrados libros que una vez existió la milenaria cultura de Palestina.

Ojalá los niños de hoy puedan algún día vivir la paz.

 

1 comentario

José -

es una monstruosidad lo que hizieron los sionistas con el pueblo de Gaza, merecen la repulsa de todo el mundo.