Con los pies en el surco
Por Norland Rosendo González
Con los precios que tienen los alimentos en el mercado mundial, no queda más alternativa que incrementar nuestras producciones, sin las cantidades de fertilizantes y combustibles de tiempos pasados.
Ahora se impone optimizar el empleo de los recursos, colocarlos donde realmente haya productividad, rendimientos y eficiencia. Pero no es cuestión de papeles, ni de numeritos fríos, congelados en otras épocas, cuando las relaciones comerciales cubanas con el extinto campo socialista nos permitían un abundante abastecimiento de insumos.
Tampoco la decisión debe ser exclusiva de alguien desde locales climatizados, lejos del calor de los campos, por cierto, en no muy buenas condiciones, pues ¾ partes de las áreas cultivables en Cuba son poco productivas.
Hay que hundir las botas en el surco, caminarlo, sudar bajo este sol inclemente que no duerme ni un segundo durante los 12 meses del año y castiga a los campesinos en su dura faena de hacer parir la tierra.
La agricultura nuestra no dispone de colosales sumas de dinero para invertir en productos químicos y energéticos; esa razón es una de las que indica adoptar un modelo productivo basado en la sostenibilidad y la agroecología.
Si tomamos en cuenta que 15% de la superficie cultivable del país está afectado por la salinidad y sodicidad; 31% tiene bajo contenido de materia orgánica; las temperaturas son cada vez más altas, disminuyen las precipitaciones y aumentan las plagas y enfermedades, entonces el reto requiere de pensamiento científico, estrategias y programas coherentemente concebidos.
Hay que acudir a la armoniosa combinación de los científicos de academia con los doctores del surco, esos que llevan años y años lidiando con la realidad, y saben qué da cada pedazo de tierra.
El éxito empieza con ese cambio de mentalidad, en el que los viejos esquemas de planes de siembra y de cosecha se transformen en programas productivos, que contemplen todos los elementos para garantizar la comida en la mesa todo el año y no solo en los informes.
Ahí están los conocimientos de los expertos cubanos, capaces de adaptar su discurso al auditorio. Los Rodríguez: Adolfo, el de la Agricultura Urbana y Periurbana, y Sergio, el del Instituto de Investigaciones en Viandas Tropicales (INIVIT) son dos ejemplos paradigmáticos.
Pero sus criterios deben rendir frutos con altos rendimientos, como la buena simiente, esa que no siempre sembramos y que existe en nuestros bancos de germoplasma y se pueden multiplicar en las biofábricas y las fincas de semillas.
En un contexto internacional complejo, matizado por agudas crisis económicas y ambientales —de las que no escapa Cuba—, producir más para comprar menos en el mercado foráneo es un asunto estratégico, de seguridad nacional. Entonces, hay que poner ciencia y conciencia en función de la agricultura.
Convertir los esplendorosos paisajes de marabú que aún «decoran» nuestros campos en surcos de malanga, boniato, plátanos, crías de carneros y reses, etc., requiere de que mochas filosas y conscientes de esa necesidad tajen sin miramientos los troncos de burocracia que aún perduran por ahí y limitan las fuerzas productivas.
Y ojo con aquellos que solicitaron tierra y a estas alturas no las han desinfectado de las malas hierbas o sus producciones «se escapan» para el mercado negro. A esos también hay que cortarle de raíz sus lucrativas intenciones.
La contratación con los productores es mejor cuando se fija en medio del campo, tras recorrer las plantaciones o las áreas ganaderas, pues como reza un añejo refrán: vista hace fe, y en este caso, hace comida para el pueblo.
Los insumos deben asignarse en el momento adecuado, los plantíos no aguardan por firmas de jefes, trámites o reuniones. No pocas veces llegan al surco cuando no hay remedio, y estaban en los almacenes hacía tiempo. ¿Quién asume entonces los bajos rendimientos? ¿Y las pérdidas de los campesinos?
Después, Acopio no los busca frescos y pierden calidad. Llegan al mercado deteriorados y los precios no se corresponden con ese estado. Al final, sufre el cliente-consumidor-usuario.
Pero esa es harina de otro comentario. Solo lo anuncié para enfatizar en una realidad que no admite más demoras en la agricultura cubana: urge cambiar métodos, garantizar agilidad en la toma de decisiones, eficiencia, hundir las botas en el surco, conversar con todos, los científicos de academia y los populares, pensar de manera estratégica para que haya comida y no números enigmáticos, que a la postre solo empachan nuestro desarrollo agropecuario.
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