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El teclazo por la verdad

NI TAN PICO, NI TAN BLANCO

El sábado se cumplen 25 años de la fundación del Plan Turquino, un programa cubano para fomentar el desarrollo socioeconómico y mejorar la calidad de vida de las comunidades montañosas. Sirva este reportaje en la comunidad de Pico Blanco, como homenaje a las asentamientos rurales Escambray villaclareño.


Por Norland Rosendo González


«¡Oyeeeeee, no se vaya muy lejos para que remolque al jeep si se atasca!. » La ocurrencia de Yandy, el chofer del periódico, dejó desconcertado al boyero, quien solo atinó a quitarse el sombrero y abanicarlo en el aire en gesto de saludo, mientras lo cruzaba el inusual vehículo, que había subido hasta Pico Blanco desafiando las sinuosidades de las lomas y el deterioro que provocó en el vial el temporal de los últimos días.

Tras diez kilómetros cuesta arriba desde Jibacoa, flanqueados por esbeltas montañas del Escambray, de pronto, aparece en una depresión el valle donde se erige el asentamiento, a unos 310 metros sobre el nivel del mar —aunque uno siente que está en el techo del país—, con sus edificaciones de mampostería, muy diferentes a los bohíos de guano y piso de tierra que abundaban antes de 1959.

Una bodega, un merendero bien surtido y un centro de salud limpio y organizado, aparecen ante la vista de los visitantes apenas se llega «al centro» de la comarca. A un costado, el palacio de los conocimientos: la escuela, y un poco más distante, una minihidroeléctrica.

En el camino hacia esa instalación que emplea energía renovable, entre lomas, un cuadro de beisbol, sede de los actuales subcampeones de la Copa Turquino, organizada para el disfrute de los peloteros de la serranía.

Pero sigo buscando el accidente geográfico que le da nombre al sitio y no lo encuentro. Me topo con un señor que dicen que es el historiador. «Tongo sí sabe», me afirma Alberto Suárez, el presidente del Consejo Popular de Jibacoa, quien nos acompañó en la travesía.

 

ESTE LUGAR TIENE HISTORIAS

«Es que allá, y apunta para la cúspide de una montaña que está frente al caserío, había un mogote, una roca blanca muy grande que se divisaba desde aquí. La gente identificaba esta zona por esa mole. Hay quien le añade una s al Pico, pero lo cierto es que el visible, el que servía de punto de referencia, era uno solo. En varios documentos por ahí aparece en plural, y si no lo corregimos a tiempo, corremos el riesgo de que nos cambien el nombre», comenta Ricardo Turiño Corent, a quien todos lo conocen como Tongo.

«Antes de la Revolución, estas tierras eran propiedad de dos monjas. Después fueron vendidas, hasta que a finales de 1960, vino el comandante Félix Torres y les propuso a los campesinos, que vivían dispersos, hacer una granja y ponerle el nombre de Obdulio Morales, asesinado por los bandidos contrarrevolucionarios el 12 de septiembre de ese mismo año, a unos dos kilómetros de aquí.

«Así empezó la transformación de este paraje. La granja se iba a dedicar a convertir la zona en un emporio cafetalero y a la cría de ganado. Por esa época, nos cuenta Tongo, se construyó el hospital, apenas comenzó la obra, la gente se acordó de la promesa hecha por Fidel en la Historia me Absolverá de garantizarle salud a los guajiros.

«El marabú y la tristeza de la gente fueron cambiando. Más del 95% de los pobladores participaron en la Lucha contra Bandidos (LCB). Nadie quería que se acabara la Revolución. A Rafael Ruiz Arcí (Ramírez para nosotros), vino una banda de alzados vestidos de milicianos para llevárselo y matarlo en Dos Arroyos. No lo querían vivo porque era un hombre leal a Fidel, mensajero, cargaba armas, trasladaba hombres y no le temía al monte. Se salvó en tablitas por un pariente de la mujer que lo conoció cuando estaban a punto de mandarlo para «el más allá».

«A Paula, la enfermera, también quisieron asesinarla en Río Caña, pero esa mujer era de «anjá». Tenía una ametralladora y la hizo «cantar» hasta que los bandidos huyeron.

«Más de 25 hombres de aquí se fueron después a cumplir misiones internacionalistas, sobre todo, en África. La estirpe revolucionaria es uno de los orgullos mayores de la gente de Pico Blanco».

Se pone los dedos en la sien y panea la vista por los alrededores. «Todo eso que hoy está poblado de manigua antes era cafetal. En la década del 80, se llegaron a recoger 74 mil latas. Hubo que ir a secar una parte en la base aérea de Santa Clara».

«Pero después comenzó la depresión económica, el Período Especial, y hoy estamos lejos de ese récord productivo. Ya el Pico no es tan blanco, ahora es verde también, una parte de café y otra de monte».

Tongo nació aquí hace 58 años y recuerda cuando en el asentamiento llegaron a vivir más de 500 personas. «Desde el año 2000, más de 200 han emigrado en busca, fundamentalmente, de mejores ofertas laborales. Pero muchos de los que se han ido, añoran este lugar».

EL HECHIZO DE LAS ENFERMERAS

En 1973, llegó Paula María Pérez Morales, una enfermera que tenía alma de madrina. Hubo un tiempo en que ella estaba sola en el hospital y lo hacía todo con mucha profesionalidad y conocimientos. Era una mujer muy dispuesta, defendió mientras pudo a la comunidad, y había que oírla hablar. Fue enfermera en la LCB y eso le daba prestigio.

Su historia trascendió esta comarca y se ha convertido en una leyenda que identifica a Pico Blanco. Parece que su ángel se quedó por estos lares y encontró nido en el corazón de una muchachita a la que Paula le regaló dos libros de medicina.

La joven se fue a estudiar enfermería a Santa Clara y desechó varias ofertas de trabajo en la ciudad. «Mi destino es la montaña. De allá soy y para allá voy». Y con su título en las manos, Yanitza Corent Palacios regresó hace 11 años a la comunidad que la vio nacer y crecer.

—¿Te resultó difícil el retorno?.

—Si no lo hacía, me moría de tristeza y de pena. Apenas llegué sentí una emoción inmensa. Esta gente confiaba en mí, y yo en ellos.

—Por lo que veo, ni el amor te sacó de las lomas.

—Mi esposo es de Báez, en el municipio de Placetas, y se quedó conmigo acá. Ya tenemos una hija de 9 años.

—Ahora eres también la delegada de la circunscripción.

—Me eligieron en este mandato. Esa es una responsabilidad compleja, sobre todo por las distancias que debo recorrer para llegarle a los electores. Pero reconforta saber que los vecinos confían en mí.

—¿Cuáles son los problemas que más te quitan el sueño?

—Aquí la gente se queja del mal estado de los viales, ahora con las lluvias se ponen intransitables, aunque debo reconocer que los arregladores de camino han hecho un trabajo encomiable, pero existen tramos que necesitan de labores mecanizadas.

«El techo de la bodega no resiste más. Se moja más adentro que afuera. Las mangueras que trasladan el agua por gravedad hasta las viviendas están deterioradas, la presión del chorro las parte, y el alumbrado público no funciona completo.

«Lo otro que me duele es la recreación. En mi época juvenil con una guitarra y dos tambores improvisados armábamos una descarga toda la noche. Ya no, se ha perdido esa tradición; falta creatividad, ingenio».

Al lado de Yanitza está Yunior Vigoa Corcho, recién graduado de Medicina que cumple su servicio social en Pico Blanco. «Este es un consultorio reforzado, explica, tiene laboratorio clínico, servicio de estomatología, farmacia, sala de ingresos para observación con 4 camas, equipo de electrocardiograma y un stop de medicamentos amplio».

Aunque vive en este municipio, nunca había subido a este paraje. La primera noche lo vinieron a buscar a caballo porque a tres kilómetros había un hombre desmayado que no volvía en sí. Era una hipoglicemia. Ese fue su debut profesional aquí.

—¿Y el caso más difícil?

—Estabilizar a un paciente que había hecho una reacción adversa a un medicamento. Fue una sobredosis exagerada.

PALACIO DE LOS SUEÑOS

Es mediodía. Los rayos del sol caen casi verticales en esta porción del Escambray, donde 33 niños no tienen nada que envidiarle a la educación de la ciudad. De mampostería y techo de fibrocemento, la escuela primaria Camilo Cienfuegos semeja un emporio de cultura entre las lomas.

Talía Batista —la hija de Yanitza, la enfermera— quiere ser abogada o médica; Mario Sergio Ruiz, veterinario; Yesica Correa Cabanes, maestra; Leirián Romero López, arriero. Así, casi todos tienen un sueño que les alimentan siete maestros, varios de los cuales subieron desde el llano y se aplatanaron aquí. Dicen, medio en broma, medio en serio, que quien toma agua o come frutas de allí no se va, y si lo hace, regresa.

Quizás por eso los niños le están preparando un saco de mangos al payaso Caramelo y a Javier y su esposa Raquel, los protagonistas del Magic Show. Ellos los divierten cada vez que hacen una gira por estos lares y dejan una huella en la cultura ecologista de los serranos.

«A través de las secciones participativas, las historias y el espectáculo promovemos el amor a la naturaleza, el valor de las cascadas, los animales y las plantas, dialogamos sobre cómo vivir en armonía con el medio ambiente», me explicó telefónicamente Javier.

DEL CHISTE AL CHARCO

La tarde avanza y el cielo se torna plomizo. «Un aguacero más y el jeep no resiste el regreso». Palabras proféticas de Alberto Suárez. Al finalizar la visita a la Minihidroeléctrica nos quedamos atascados en un riachuelo.

Entonces, cuando nadie se acordaba del chiste de Yandy al llegar a Pico Blanco, se apareció el boyero a rescatarnos. Y con él, un grupo de vecinos que se solidarizó para que no tuviéramos que pernoctar allá.

Tras el susto, alguien con las marcas de los años en el rostro dijo: «Si todo fuera como empujar un carro. Antes había que correr por aquí con los enfermos en una parihuela o una hamaca. Ya no, la ambulancia, aunque a veces pase trabajo, sube hasta acá. Bendita Revolución».

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