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El teclazo por la verdad

Y lo hermoso nos cuesta la vida

El 26 de julio de 1953, la tiranía asesinó a Abel Santamaría, el segundo jefe del movimiento revolucionario, a quien Fidel Castro calificara como el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes…

NORLAND ROSENDO GONZÁLEZ

Ya lo dijo el trovador Silvio Rodríguez en su antológica Canción del Elegido, que talla en versos las dimensiones de Abel Santamaría Cuadrado:

Y al fin bajó hacia la guerra…

perdón ¡quise decir a la tierra!

Supo la historia de un golpe,

sintió en su cabeza cristales molidos

y comprendió que la guerra

era la paz del futuro:

lo más terrible se aprende enseguida

y lo hermoso nos cuesta la vida.

Porque Abel, hasta en los momentos más difíciles, cuando ya no había tiroteo en el cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, y todo auguraba que la acción había fracasado, no perdía la confianza en el futuro, en una Cuba mejor.

Con 25 años había sido designado segundo jefe del movimiento de jóvenes revolucionarios que, bajo el mando de Fidel Castro, atacarían las fortalezas militares del Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.

Aunque inicialmente pidió una posición de combate más arriesgada, Fidel le asignó ocupar el hospital civil Saturnino Lora, estratégico por su proximidad al Moncada y desde donde se podrían prestar auxilio a los heridos.

El hospital no contaba con una protección militar que implicara combate. Tomadas las posiciones, empezaron a disparar contra la fortaleza del Ejército batistiano.

Poco a poco, en la medida que se escuchaban menos disparos, Abel comprendió que el objetivo del Movimiento no se cumpliría.

Ni siquiera en esos instantes, narró posteriormente su hermana Haydée, quien estaba allí junto a él, «dejó de estar sonriente, alegre…, como si estuviéramos ganando una batalla, algo inexplicable.»

Tenía una clarividencia envidiable. Ecuánime, pero con una decisión incontrastable, fue profético cuando le pidieron una orden, pues ya era casi imposible seguir resistiendo solos: «hay que saber morir.»

Cuenta que les dijo a ella y a Melba Hernández, la otra mujer que participaba en la acción, que si hacían las cosas bien, ambas se salvarían.

La hermana se resiste; Abel insiste: «¡Y tú no te das cuenta que Fidel va a vivir, que Fidel sí no puede morir…!

«Piensa que después de esto es más difícil vivir que morir. Y vive que a ti te toca vivir.»

Así era este muchacho, nacido el 20 de octubre de 1927 en Encrucijada, antigua provincia de Las Villas, recto en sus convicciones; pero tan valiente que no dejaba margen a las lágrimas.

Había ido a Santiago de Cuba a defender sus ideas, justo en el año en que se cumplía el centenario del natalicio del apóstol José Martí.

Iba, como sus compañeros, a concluir la obra de quien cayera en combate por la libertad de la nación el 19 de mayo de 1895.

Desde la infancia despuntaba el altruismo de Abel, su generosidad e inteligencia, leía mucho. Era respetuoso y muy disciplinado. Esas cualidades fueron tomadas en cuenta, junto con su capacidad de liderazgo, para secundar a Fidel en la dirección del Movimiento.

Sobre sus virtudes, Haydée les expresó en julio de 1967 a estudiantes de Ciencias Políticas de la Universidad de la Habana:

« […] era de unas condiciones de verdad excepcionales, de una bondad extraordinaria y de una rectitud tremenda, de una sensibilidad infinita; de hacer en cada momento lo que se debía hacer.

«Abel, por desgracia, murió en su primer hecho, por lo tanto, muy rápido… No sé si se planteaba morir o vivir. Siempre hablaba como el que iba a vivir muchos años; siempre hablaba de lo que iba a ver y siempre hablaba de lo que iba a suceder. Por eso no sabemos si hablaba porque pensaba que él lo iba a ver o porque imaginaba lo que iban a ver otros.»

En el juicio que les hicieron a los asaltantes al Moncada, el régimen quiso mancillar su nombre, pero Fidel no lo permitió.

El Fiscal le preguntó al líder revolucionario: «¿Conoció usted el hecho de que ese Abel que usted acaba de mencionar extrajo dinero de la casa donde trabajaba para engrosar los fondos de la Revolución? »

Y la respuesta salió diáfana y contundente. No podía ser otra:

«Es una calumnia infame; la memoria de Abel Santamaría no la pueden manchar; había que conocerlo; Abel era el más valiente, el más recto, era honesto; no puede pensarse nada deshonroso de su persona. Quieren manchar su recuerdo, después que se ensañaron en él de la forma que lo hicieron, para luego asesinarlo.»

A Abel lo sacaron los sicarios de la tiranía de Fulgencio Batista a golpes del hospital y lo llevaron para el Moncada, donde estaban concentrando a los prisioneros.

Aquel 26 de julio, esa fortaleza militar del oriente cubano tembló ante tanta injusticia. Ante la masacre que cometieron los esbirros con una hornada de jóvenes que representaba lo más puro del pensamiento independentista de Cuba en esos momentos.

Abel sufrió las torturas con un estoicismo espartano. Le pincharon un ojo cuando lo sacaban del calabozo para llevarlo a donde lo asesinarían y no se quejó. ¡Qué virilidad!

Quisieron intimidar a Haydée cuando le llevaron un ojo ensangrentado a la celda en la que la tenían junto con Melba y le dijeron: «Este es de tu hermano, si tú no dices lo que él no quiso decir, le arrancaremos el otro. »

A pesar del dolor, pero firme, como le pidiera su hermano, respondió: «Si ustedes le arrancaron un ojo y él no lo dijo, mucho menos lo diré yo».

Abel Santamaría encarna la entereza y la rebeldía de los cubanos. La pasión por las causas nobles y justas. Murió muy joven, apenas pudo participar en una acción de envergadura; mas, él había escrito una vez: Una Revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo.

Y ese gigantesco segundo que significó la mañana del 26 de julio para la historia de Cuba marcó el inicio definitivo de la añorada libertad, concretada en enero de 1959.

Como dijo Silvio en su canción, escrita en 1968:

La última vez lo vi irse

entre humo y metralla,

contento y desnudo:

iba matando canallas

con su cañón de futuro.

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