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El teclazo por la verdad

Ver con los ojos de la infancia

Ver con los ojos de la infancia

  
 NORLAND ROSENDO GONZÁLEZ 
 
En la foto: Joviel (a la izquierda), el maestro y Jesús
 

Para aquellos que dicen que la Revolución no se preocupa por los niños, aquí les publico un material que realicé en plena montaña. Un ejemplo de la voluntad política por garantizar una infancia feliz. Dudo que esta historia se repita en parajes similares de otros países.

   
Los aguaceros de los últimos días han deteriorado la carretera que conduce de Manicaragua a Jibacoa, la capital de la serranía de Villa Clara; sin embargo, el chofer sortea los baches con la maestría de quien ha subido por esta cuesta toda la vida.

A un lado y otro se notan derrumbes y la temperatura va bajando con la altura. Las palmas más esbeltas quedan a los pies de uno y desde cualquier ladera cae un chorro de agua helada. Son los manantiales que nacen con la tierra saturada de lluvia.

Casi entre las nubes, aparece de golpe ante los ojos el inmenso valle donde se erige el asentamiento. A la entrada está el seminternado de enseñanza primaria "Mártires de Chile". Entre los cientos de alumnos que entonan el himno nacional, hay dos que no suben la mirada a la par que se iza la bandera, como es típico en los niños.

Joviel Rogelio Sánchez Hernández y Jesús Puerta Hurtado no se percatan de que la mayoría de los maestros y este equipo de prensa tienen los ojos puestos en ellos. Ni siquiera la posición erguida y firme para entonar el himno les disimula la alegría por el retorno a las clases.

Para ambos, fue abierta un aula dedicada a la educación de niños con discapacidades visuales, la única que existe para estos fines en el lomerío del Escambray, en el centro de Cuba.

A diferencia de muchos países de Asia y África, donde más del 90% de los infantes ciegos no asiste a la escuela, Joviel y Jesús cuentan con los recursos imprescindibles para aprender y un maestro que recibió la capacitación adecuada para asumir este tipo de enseñanza.

"Hace tres cursos me propusieron adiestrarme para impartirle clases a estos dos niños, pues yo era maestro de primaria, pero nunca había incursionado en la educación especial", cuenta René Alonso Pérez.

"Ahora me resultaría difícil abandonar el proyecto. Si el magisterio es uno de mis eternos amores, enseñar a pequeños con estas limitaciones me hace el hombre más importante de la escuela y la localidad", enfatiza.

Joviel empezó el quinto grado y lee y escribe en el sistema Braille con agilidad y precisión. El maestro le dicta una oración para que demuestre sus habilidades.

"Escribe: ‘el sol no salió hoy’. Fíjate bien en cada sílaba".

El niño coge el punzón y va marcando sobre la regleta. Lo hace tan cerca de la punta de sus dedos que parece que se va a pinchar, pero no. Tiene los ojos azules, grandes y redondos, tan límpidos como un cielo sin nubes.

"Ahora tú, Jesús. Lee lo que escribió tu compañero", le indica el maestro a quien acaba de regresar del baño.

Pega el oído a la cartulina, como si viese a través de ellos y repasa con la yema de los dedos el "montón de huequitos". No se equivoca.

Hace las pausas y articula perfecto.

Ríe y extiende su mano buscando la mía. "Ahora le voy a escribir mi nombre y apellidos para que se lo lleve de recuerdo". Joviel lo imita.

Hablan con fluidez y comentan los libros que les lee el maestro. Pasan de Blancanieves a La Edad de Oro y se detienen en el Principito, porque lo esencial, dicen a la vez, es invisible a los ojos. Se saben casi todos los personajes de los dibujos animados y los nombres de los peloteros del equipo de Villa Clara.

Afuera, la mañana se calienta, y Joviel y Jesús quieren jugar un rato. Otros niños los ayudan para que pateen el balón de fútbol, pero ellos prefieren hacerlo solos. Se conocen cada rincón de la escuela y por eso corretean sin muchas dificultades, sobre todo en las áreas deportivas, limpias de yerbas y recién pintadas, igual que el resto del centro.

Joviel sueña con ser abogado, dice que no dejará de estudiar hasta que concluya la universidad… "Y yo te llevo, porque cuando sea grande, quiero manejar una guagua": la frase de Jesús corta el aliento en el aula, y casi todo el mundo, para disimular la tristeza, voltea la vista hacia las montañas azulosas que se erigen al fondo de la institución.

Ambos niños nos despiden con un paseo por toda la escuela, nos explican que cada aula tiene un televisor grande y un video, y que hay computadoras.

Loma abajo, mientras el chofer esquiva los baches, y las curvas de la carretera se cierran en algunas pendientes, uno piensa en la grandeza del sistema educacional cubano.

Quién iba a pensar en 1959 que en Jibacoa, donde antes del triunfo de la Revolución había un inmenso bosque impenetrable, con aisladas casas de yagua y techo de guano, sin posibilidades de estudio para nadie, hoy funcionaría un aula para niños invidentes.

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