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El teclazo por la verdad

En Río verde, ganancia de «pescadólares»

Por Norland rosendo González

Veinte años después, Río de Janeiro volvió a escuchar los mismos reclamos. Es como si el tiempo no hubiera pasado, a fin de cuentas, Gardel dijo que 20 años no es nada. Pero no, ese lapso ha dejado huellas indelebles en el planeta y ahora es que muchos comprenden a Fidel: Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.

«Dejemos las justificaciones y egoísmos y busquemos soluciones. Esta vez, todos, absolutamente todos, pagaremos las consecuencias del cambio climático». Lo que hace dos década fue una alerta, ahora es una inminente realidad, como advierte este fragmento del discurso de Raúl antier en el segmento de alto nivel de la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible Río+20.

Lo que empezó siendo un documento de 300 páginas, mucho más parecido a «El futuro que queremos», terminó en 49 para complacer a las elites de poder y lograr un angustioso consenso, casi cuando estaban llegando esta semana los mandatarios a la populosa urbe sudamericana. Brasil hizo un esfuerzo denodado por salvar la Cumbre, aunque, como lo calificara el teólogo Leonardo Boff, el texto realmente resultó un «pacto de suicidio global».

Fue la presión (a veces, chantaje) de las corporaciones, gobiernos e instituciones que defienden una lógica de producción y consumo que ya no se conforma con sus fuentes de riquezas, sino que quiere ponerle precio a lo que siempre ha sido de todos: la naturaleza, y lucrar con ella en forma de servicios ambientales, una jugada «filantrópica» de pintar su desmedido crecimiento con el color de la esperanza. La economía verde suena bien al oído, pero no es más que una vuelta de tuerca al modelo neoliberal: todo se vende, todo se compra.

No por gusto los inventores y publicistas tienen nombres muy conocidos: las corporaciones de la energía (Exxon, BP, Chevron, Shell, Total), de la agroindustria (Unilever, Cargill, DuPont, Monsanto, Procter&Gamble), de industria farmacéutica (Roche, Merck), de la química (Dow, DuPont, BASF), entre otros.

Esas mismas trasnacionales que desde sus refrigeradas oficinas en las grandes metrópolis deciden el destino de la humanidad, sin prestar la debida atención a que afuera sube la temperatura por dos razones fundamentales. La primera, el cambio climático generado por ellos mismos; y la segunda, los millones de afectados que toman conciencia poco a poco de que no les queda otra opción que rebelarse, resistir y articular redes que defiendan otro paradigma de convivencia, otra manera de relacionarse con el medio ambiente si no quieren perecer en menos tiempo de lo que se suponía

Inspirados en esas otras visiones, más humanistas, inclusivas y justas, Evo Morales y Rafael Correa subieron al podio de la Cumbre para defender la rica biodiversidad de sus naciones, y de un continente que alberga en su suelo a los pulmones del planeta: la zona de Amazonas, que si sigue deforestándose morirá de tisis.

En los Andes Centrales y Mesoamérica están, por ejemplo, 90% de todos los glaciares tropicales de un mundo en el que solo 2,5% del total de agua es dulce y 68% de esa mínima cantidad está en los parajes elevados de nuestra región. En un cuarto de siglo, esos glaciares han retrocedido 24% y los desastres naturales se han triplicado.

Las aguas internaciones representan el 45% del planeta y están expuestas a sobrepesca y contaminación. Algunos científicos ya auguran el colapso de los océanos. Más de cinco millones de hectáreas de bosques se pierden cada año y cerca de 60% de los ecosistemas están degradados. Entre 1990 y el 2009, las emisiones de dióxido de carbono se incrementaron en 38%.

Como consecuencia de las prácticas predatorias del medio ambiente para mantener el extractivismo exportador y el agronegocio, el número de hambrientos en el mundo pasó de 860 millones en 2007 a mil 400 millones en la actualidad, y la tendencia es a seguir engordando la cifra.

Desde Río 92 hasta la fecha, el capitalismo no ha cedido en su empeño colonizador y ha descargado todo su poder, explícito o velado, para contener los acuerdos de aquella cita, que siguen siendo los mismos sueños de hoy, solo que en un escenario más deteriorado y parecido al que entonces predijo Fidel. Pocos resultados exhiben los  convenios Sobre la Diversidad Biológica, sobre El Cambio Climático y el de la Lucha Contra la Desertificación.

«Cuba aspira a que se impongan la sensatez y la inteligencia humana sobre la irracionalidad y la barbarie». La sentencia con la que concluyó su intervención Raúl fue un aldabonazo en la conciencia colectiva. Cada vez queda menos tiempo para evitar la catástrofe.

Sin embargo, muy diferente es la Cumbre de los Pueblos, que sesiona en las calles de Río. No están pensando en cómo acomodar el capitalismo productivista al contexto actual, sino en cómo salvar al planeta, a partir de un modelo de convivencia más solidaria y cooperativa, desde sus prácticas, sus saberes y conscientes de la gravedad de mercantilizar la naturaleza.

Cuando ese tipo de debate «suba» a las cumbres oficiales, entonces, habrá cambios auténticos, el verde volverá a ser el color de la esperanza y no el camuflaje que vistan los señores del capital para seguir abarrotando sus arcas.

Si esperamos a Río+30 para restablecer el equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza, estarán tan revueltas las aguas que solo se beneficiarán los pescadólares, quienes andan, como es obvio en un mundo tan desigual, en los barcos más sofisticados.

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