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El teclazo por la verdad

Política Internacional

La frustración de los buitres sobre Infanta y Santa Marta

Por Iroel Sanchez
La prolongada permanencia dentro de una iglesia pentecostal en La Habana de más de 60 personas, entre ellas 19 menores y 4 embarazadas, que se encuentran en un retiro a puertas cerradas ha creado una situación inusual en la esquina de Infanta y Santa Marta.
Según una información transmitida por el Noticiero de la Televisión Cubana, esas personas se han reunido por su propia voluntad en el templo desde el pasado 21 de agosto, convocadas por Braulio Herrera Tito, a quien su denominación religiosa lo separó como pastor, por razones de índole interna, desde mayo de 2010. Ante estos hechos, un grupo de familiares acudieron a las autoridades, preocupadas particularmente por los niños, que no están asistiendo a la escuela, y por las embarazadas, que no reciben la atención médica prescrita para ellas.
La información señala que se han sostenido conversaciones con familiares, líderes religiosos y algunos miembros de la congregación. Agrega que se ha protegido el recinto y ofrecido atención médica, y que mantendrán la protección de la seguridad ciudadana para evitar cualquier incidente, ofreciendo disculpas a la población por las molestias ocasionadas.
Los corresponsales extranjeros que han reportado esta situación lo han hecho con objetividad. Al no acudir esta vez a los “opositores” que paga Estados Unidos en Cuba, recientemente desacreditados una vez más por revelaciones de Wikileaks y otras evidencias, las agencias de prensa internacionales han evitado especulaciones y no han buscado dar tintes políticos a algo que no los tiene.
Quizás la actitud responsable de los informadores y la serenidad de las autoridades cubanas ha desesperado al puñado de bien equipados personajes que necesitan a toda costa un incidente para dañar la imagen del país donde viven. Algunos mensajes en la red social Twitter de uno de ellos, que como un buitre en busca de carroña, mentía insistentemente en una especie de profecía que deseaba ver autocumplida en forma de un baño de sangre.



Las petroguerras del imperio

Las petroguerras del imperio NORLAND ROSENDO GONZÁLEZ

Una década después el mundo no es el que debía ser. El 11 de septiembre de 2001 fue un «parteaguas» en la historia de la humanidad y el humo de las Torres Gemelas ardiendo, lejos de apagarse, se propagó por regiones sin muchas industrias, pero sí con muchas riquezas, sobre todo, petróleo. El mundo «avanzó» para atrás.
Al trono del imperio había llegado en Enero de ese año un hombre sin la legitimidad que ese cargo amerita. Unas reñidas elecciones fueron decididas en el estado de la Florida, donde una mafia acostumbrada al juego sucio le puso en bandeja de plata un triunfo en el que pocos (ni siquiera sus correligionarios) creyeron. George W. Bush, el hijo del padre, entraba por la puerta estrecha a la Casa Blanca.
Tras ese espectacular secuestro de la democracia se escudaban un equipo de trabajo, asesores, expertos y amigos que aceleraban los planes trazados mucho antes por los tanques pensantes de la ideología neoconservadora, a la espera paciente de una oportunidad como esta: un mandatario bruto, manipulable, pero con ansias de poder y $$$$.
A los 8 meses de haber sido ascendido a comandante supremo de los petroguerreros del siglo XXI, las circunstancias —extrañas circunstancias—, obligaron a W. Bush a darle un timonzazo violento al rumbo de la civilización.
Por entonces ya no estaba caliente la Guerra Fría. El fantasma del Comunismo se había escurrido por el Muro de Berlín (derribado en 1989) y no quedaban vestigios de él en la «vieja y culta» Europa. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) era historia hacía una década y Yugoslavia fue a mediados de los años 90 el escenario de un experimento militar que oxigenó la voracidad del imperio.
Un nuevo enemigo tendría que surgirle a la Humanidad. El escogido fue uno que antes había sido aliado de los Estados Unidos contra el comunismo y ahora se convertiría en blanco de las bombas fabricadas por el Complejo Militar Industrial: los terroristas musulmanes. Ellos, los que osaron atacar el corazón del país más poderoso del mundo en nombre de Alá, de Mahoma, de Osama Bin Laden.
El 11 de septiembre, la ideología neoconservadora descorchó champaña, mientras cientos de familias lloraban sus muertos en las Torres Gemelas. Comenzaba una Nueva Era con W. Bush disfrazo de Dios para salvar a su pueblo de los «diabólicos islamistas».
Empezaron así las guerras infinitas, las petroguerras. El emperador anunció su celestial misión de «iluminar» todos los oscuros rincones del planeta, una lista elaborada por Washington en la que figuraban (y figuran) los herejes, aquellos que quieren construir un mundo diferente al diseñado por los señores de Wall Street.
Y el cielo se iluminó a partir de entonces. Pero no con la luz de la coexistencia pacífica, la solidaridad y el desarrollo sostenible, sino con mortíferos rayos de misiles y bombas hechas con sustancias prohibidas que queman la piel y son lanzadas en nombre de la libertad y la protección de los mismos civiles a los que mata por «simples errores de cálculo o daños colaterales», según la nueva terminología de la propaganda militar imperialista.
La primera víctima es la verdad, la secuestraron en Afganistán, Iraq y ahora en Libia. Y ya Siria está siendo sometida a un bombardeo intenso de mentiras que satanizan al mandatario de esa nación Bashar al-Assad.
Casi desarmada, la opinión pública internacional vive bajo los efectos de la manipulación mediática, una droga que penetra por los ojos y los oídos, adormece los sentidos y cuando la gente despierta, ya los petroguerreros están instalados en sus nuevos feudos y repartiéndose el botín de guerra: petróleo, minerales, tierras, mercados…
El siete de octubre de 2001, aún humeantes las Torres Gemelas, comenzó la destrucción de Afganistán, donde supuestamente estaba el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, cerebro del terrorismo islámico y, según Washington, el autor intelectual del fatídico 11/S. La operación Libertad Duradera contaba con el respaldo de la ONU y de una población norteamericana que exigía justicia, lo que el emperador entendió como venganza y luz verde para sus arteros planes de conquista.
Primero, comenzó a funcionar el Complejo Mediático Industrial, una maquinaria de prensa perfectamente engrasada y alineada con los más sórdidos intereses del gran capital, que allanó el camino con su novelesca versión de los hechos y la exacerbación del patrioterismo yanqui.
Después, las bombas contra un gobierno semifeudal, incapaz de defenderse de una agresión que hacía gala de lo más sofisticado de la tecnología bélica del Pentágono. Al final, una masacre que aún no concluye, un presidente que semeja un alcalde, pues apenas controla la zona comprendida en el perímetro de la capital.
Pero la barbarie le reportó colosales dividendos al Complejo Militar Industrial y a las mafias empresariales que rodeaban al emperador W. Bush, suficiente para seguir conquistando territorios, imprescindibles en las proyecciones geoestratégicas y económicas de los Estados Unidos.
El 20 de marzo de 2003 le tocó a Iraq, un país «gobernado por un tirano bárbaro que disponía de peligrosas armas con las que dominaría al mundo arbitrariamente». Otra mentira, esas armas nunca aparecieron, pero a tanta insistencia de los medios de la (des)información, la gente creyó que era verdad, y no se opusieron a la agresión.
De las consecuencias, ni hablar. Las cifras de muertos civiles superan el medio millón, y esos resultan cálculos conservadores. La cantidad exacta nadie la sabe, ni la sabrá nunca, pues forma parte de los secretos militares que los petroguerreros guardan con extremo celo, al fin y al cabo ellos fueron a Bagdad a «salvar a los civiles» y por «errores» de las armas han diezmado a la misma población que debían proteger. Incluso, la mirilla «desajustada» de un tanque del Ejército de los Estados Unidos provocó la muerte el 8 de abril de 2003 del camarógrafo de Telecinco José Couso y el ucraniano Taras Protsyuk, en el Hotel Palestina, sede de la prensa internacional en Bagdad. Aún ese crimen no ha tenido respuesta.
Iraq no era cualquier nación: tiene importancia geoestratégica en el Golfo Pérsico y constituye la segunda reserva de crudo del
Mundo (EE.UU. consume el 25% del petróleo mundial). Bien valía, según las lógicas imperiales, una invasión, aunque esta vez la ONU y la comunidad internacional no le dieron visos de legalidad.
A esas alturas del siglo XXI, con una economía doméstica que apuntaba a una crisis a la postre consumada, Washington no podía seguir esperando por ese consenso si, a fin de cuentas, ellos son el imperio. Pobre mundo este.
El propio The New York Times, reconoció que el Pentágono había utilizado desde 2003 a decenas de «analistas militares» para generar una cobertura positiva de la lucha antiterrorista en los medios de comunicación.
La doctrina de la guerra preventivas (el engendro conceptual de Bush y sus acólitos, que no es otra cosa que un crimen de guerra) partía de principios básicos: el país atacado debía estar prácticamente indefenso, poder ser convertido en una amenaza para la supervivencia de la especie humana y la invasión debía ser poderosa y avasalladora para no dejar margen a dudas.
El emperador había afirmado en un discurso en 2003: «Ahora, en este siglo, la ideología de la fuerza y la conquista aparecen de nuevo
(…) Una vez más se nos llama a defender la seguridad de nuestro pueblo y las esperanzas de toda la humanidad».
Típico en un hombre como él, no tuvo en cuenta siquiera las voces de personas muy influyentes, algunos coterráneos suyos, inclusive. El ex presidente Jimmy Carter lo había acusado en 2002 en un artículo en el periódico Washington Post «de despreciar olímpicamente a la comunidad internacional y de permitir acciones similares a las de los regímenes abusivos que ha condenado históricamente Estados Unidos».
Ya W. Bush no está al frente de los petroguerreros. Lo sucedió un hombre más inteligente que llegó, incluso, a ser Premio Nóbel de la Paz, pero incapaz de detener la carrera armamentista y las guerras imperiales.
Ahora, Libia fue (y está siendo aún) sometida a un bárbaro ataque aéreo de las fuerzas de la OTAN, que se arrogaron el derecho (ilegítimo) de cumplir una cuestionable Resolución de la ONU contra el gobierno de Muammar al Gaddafi.
Esta vez, para variar: las potencias imperiales crearon, organizaron y le dieron la logística necesaria a un grupo de opositores, a los que convirtieron en Consejo Nacional de Transición y, muy importante, les abrieron sus micrófonos para que dieran su versión al mundo.
Los rebeldes fueron la avanzada, el pretexto para agredir a otra potencia petrolera. La OTAN intervino para «proteger a los civiles de la masacre a la que los sometía el tirano Gaddafi», pero parece que esa orden llegó distorsionada a los pilotos y los controladores de los aviones no tripulados, porque esa misma población ha sido la principal víctima de los bombazos aéreos.
Sin recato alguno, aún sin terminar los combates en Libia, ya los poderosos se están repartiendo las riquezas de esa nación norafricana. Los buitres pican el pastel y engullen rápido, pues las crisis económicas de sus respectivos países exigen recursos inmediatos para intentar reflotar.
Pero serán insuficientes, por tanto, una nueva presa está en la mirilla: Siria, rico también en yacimientos petrolíferos. Los petroguerreros han puesto a funcionar su Complejo Mediático Industrial: lanzan misiles de mentiras por todos los medios a su disposición, como complemento de la coerción económica y los chantajes diplomáticos.
Cuando secuestren la verdad y la opinión pública internacional no sepa a ciencia cierta qué pasa y cuáles son los solapados intereses de los agresores, le tocará el turno al otro Complejo, el hermano mayor, el Militar Industrial, que intervendrá entonces para liquidar a un «régimen dictatorial que mata civiles, tortura, roba y lesiona la seguridad de la especie humana».
La misma historia, el mismo guión. El 11/S le puso PARE al curso civilizado de una parte importante de la humanidad y aceleró su marcha hacia atrás. Las petroguerras del siglo XXI han puesto a arder al planeta. Si no se sofoca inmediatamente la apetencia imperial, mañana será demasiado tarde.

La mejor opción de Cuba hoy es producir, producir y producir

Por Norland Rosendo González

Las noticias mundiales sobre los precios de los alimentos no son halagüeñas: continúa la tendencia alcista y las perspectivas no deben variar el año que viene, según pronostica la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), lo que tiene, obviamente, sus repercusiones en Cuba.

«El fuerte descenso de las existencias frente al modesto incremento de la producción en la mayoría de los cultivos, generan la permanencia de los precios elevados», indicó un reciente documento de la FAO.

En Abril pasado, el presidente del Banco Mundial (BM), Robert Zoellick, anunció que desde junio de 2010, 44 millones de personas habían rebasado el umbral de la línea de pobreza debido al incremento de 36% en las cotizaciones de los alimentos.

Y alertó que un alza adicional de 10% podría arrastrar a otros 10 millones de personas al bolsón de los que viven con menos de 1.25 dólares diarios para pagar todos sus gastos, incluidos salud y educación. Si el aumento de los precios fuera de 30%, entonces la cantidad de pobres en extremo crecerá en 34 millones, añadió.

Para Cuba, la situación se torna muy compleja como consecuencia del  bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de los Estados Unidos, que nos impide adquirir cualquier producto que contenga al menos un 10% de tecnología o componentes de ese país.

Washington persigue a las compañías que intentan establecer vínculos comerciales con La Habana, nos prohíbe el acceso a créditos internacionales, y para colmo, los barcos que toquen puerto cubano no podrán hacerlo allá en 6 meses, entre otras restricciones anacrónicas que pretenden impedir el desarrollo de nuestra economía socialista.

Esa política imperial encarece los costos, los seguros y los fletes hasta nuestro país, lo que implica erogaciones de divisas superiores a las de cualquier otra nación para comprar los mismos productos.

Una simple comparación entre los precios para Cuba de algunos alimentos entre agosto de 2010 y julio de 2011 evidencia la necesidad de incrementar de manera sostenida, eficiente y planificada la producción de comida para sustituir importaciones y mejorar los abastecimientos a la población.

El maíz amarillo subió de 207 dólares la tonelada métrica a 400 en ese lapso; el frijol de soya, de 314 a 584; la leche en polvo entera de 3 mil 479 a 4 mil 398; la descremada, de 3 mil 62 a 4 mil 203; el pollo en cuartos de 718 a mil 147; el arroz molinado de 458 a 574 y el café arábica de 3 mil 692 a 5 mil 370.

Los frijoles (negros y colorados), sin embargo, registraron un descenso de 868 a 787.50, elevado aún para la tensa situación financiera cubana, que ya en abril anunció un reajuste de la partida presupuestaria para la compra de alimentos en el mercado mundial, o sea, habrá que invertir 308 millones de dólares más (25% por encima de lo planificado).      

«Ello implica que todo el crecimiento que se esperaba de los ingresos por exportación de níquel, servicios, azúcar, entre otros, ya no entren en calidad de adicionales, sino que deban dedicarse a cubrir el déficit de la factura alimentaria», explicó entonces Igor Montero, presidente de Alimport, la empresa estatal importadora de alimentos.

En el orden interno, avanza la entrega de tierras en usufructo al amparo del Decreto Ley 259, aunque la experiencia ha encontrado algunas zancadillas burocráticas que requieren ser eliminadas con disciplina, orden y agilidad para poder incrementar la superficie en explotación. La estrategia apuesta por una agricultura de bajos insumos, sostenible y agroecológica, como alternativa ante los celestiales precios de los fertilizantes químicos y el combustible en el mercado foráneo.

A pesar de la voluntad política para incrementar las producciones y los rendimientos agropecuarios, en las recientes sesiones del Parlamento trascendió que en el primer semestre del año 11 rubros incumplieron sus planes, seis o siete de ellos de gran impacto para la economía y la sustitución de importaciones, lo que repercute en la balanza de pagos del país.

Las cuentas están claras. Queda suficiente marabú en los campos y gente dispuesta a convertir las tierras ociosas en productivas parcelas. No basta con bajar los precios de algunos implementos imprescindibles en la agricultura, si no hay planificación, contratos serios, chequeo a pie de surco, compra a tiempo y por calidad de las cosechas.

Tampoco hay razón que justifique que quede un litro de leche en el campo o un racimo de plátano sin acopiar, o que sean incumplidos los plazos para pagarle a los productores, y menos aún que se adopten decisiones burocráticas que desestimulen a quienes hoy son imprescindibles para garantizar la Seguridad Nacional, de acuerdo con la voluntad expresa del Gobierno Revolucionario cubano.

Un cumpleaños para Fidel en las nubes de Guatemala

Un cumpleaños para Fidel en las nubes de Guatemala Por Norland Rosendo González
Cuatro días antes había sido su cumpleaños y no asistí. «¿Por qué no viniste? Los médicos me dijeron que tú ibas a hacer las fotos para ponerlas en un periódico. Todo el día estuve sin jugar fútbol para no ensuciar la ropa».
«Pero yo sí me acordé, solo que allá abajo estaba lloviendo mucho y no era posible subir por esas lomas». No se me ocurrió otro pretexto para salvar la situación, y creo que hasta él se percató de mis escasas habilidades para mentir, pues bajó la cabeza y sonrió.
Era difícil engañarlo así, porque él vivía al lado de las nubes. Entonces saqué de mi mochila los tres paquetes de galletas y el pomo de refresco de cola que llevaba para el viaje.
Eran más o menos las diez de una mañana de marzo del año 2002 y nadie en Sticajó esperaba visitas. Los días allá arriba, en la cordillera de Los Cuchumatanes, a unos 3 mil 500 metros sobre el nivel del mar, transcurren apacibles y sin sol, casi aburridos si no fuera por el infinito horizonte azulado de la selva Lacandona, fronteriza con México, y el privilegio de ser parte de los centroamericanos que más cerca están del cielo.
Dos médicos aventureros, un guía que nunca había ido al lugar y yo caminamos desde la madrugada sin rumbo fijo. Sería mi primera conversación a solas con un Fidel Castro, con certeza, el único de aquellos lares. Fue un viaje a pie de casi 20 kilómetros serpenteando cuestas.
El diálogo ocurriría en una montaña, él vestido con atuendos de militar y yo solo con mi libreta de notas y una cámara fotográfica. La noche antes había releído pasajes del encuentro sostenido por el Comandante en Jefe en la Sierra Maestra con el periodista norteamericano Hebert Mathew.
Le pasé la mano por la cabeza tratando de regarle el pelo, pero estaba pelado bajito, un impecable corte de cabello castrense. Casi nunca se quita la camisa verde olivo; y por charretera exhibe el forro de un cuaderno que delata su jerarquía escolar: segundo grado.
— ¿Y tú conoces a Fidel Castro, el de nosotros?
— Ese, y apuntó para mi agenda, entre las hojas reconoció la foto. Es el hombre bueno de la barba blanca. Los médicos me han dicho que es el mejor papá del mundo, que todos los niños cubanos son sus hijos.
— Pero él también se preocupa por ti, te manda médicos para que estés sano y si enfermas te cures rápido.
Hizo un tenue movimiento de cabeza afirmativo con la mirada clavada en el suelo, como suelen hacer los habitantes de esta región guatemalteca, descendientes de la civilización maya.
—Yo me visto igual que él, esta camisa me la regalaron los cubanos. Mi papá me dijo que cuando bajara al pueblo me va a comprar una gorra verde.
— ¿Y por qué te pusieron ese nombre?
— No sé, me lo puso mi papá. A él le gusta oír por la radio cosas de Cuba.
Y ahí vino la pregunta de Fidel Castro Pedro López que le cambió el rumbo a la entrevista: ¿Cómo son los cumpleaños del Fidel Castro de ustedes, se lo celebran como a los niños ricos de Guatemala?
Le hice entonces un cuento infantil. Le dije que los días 13 de agosto Cuba se convertía en una piñata gigante de risas y tortas (cakes) en todos los parques de las ciudades y en los pueblos de las montañas parecidos a Sticajó. Que todos los niños le cantaban felicidades al abuelito de la barba blanca, y que, aunque fuera por la pantalla del televisor, le daban un beso.
«Debe ser bonita esa fiesta. Me gustaría ir a una. Le compraré un regalito y le diré felicidades, como me hacen los médicos cubanos el día de mi cumpleaños.
«Cuando lo veas díselo. Yo le hago señas a todos los aviones que pasan por aquí para que me lleven a Cuba, pero ninguno quiere parar».
«Ya vendrá uno con las alas grandes para que vuele alto, y se posará ahí, donde juegas fútbol y tu papá siembra la milpa (maíz)»; y me callé, porque comprendí que mi imaginación era incapaz de competir con la de él.
Solo pude abrir el último paquete de galletas, volví a llenar los vasos con refresco, y propuse un brindis: Felicidades, Fidel.

El asesinato de Osama Bin Laden

Por Fidel Castro Ruz

Los que se ocupan de estos temas conocen que, el 11 de septiembre de 2001, nuestro pueblo se solidarizó con el de Estados Unidos y brindó la modesta cooperación que en el campo de la salud podíamos ofrecer a las victimas del brutal atentado a las Torres Gemelas de Nueva York.

Ofrecimos también de inmediato las pistas aéreas de nuestro país para los aviones norteamericanos que no tuvieran dónde aterrizar, dado el caos reinante en las primeras horas después de aquel golpe.

Es conocida la posición histórica de la Revolución Cubana que se opuso siempre a las acciones que pusieran en peligro la vida de civiles.

Partidarios decididos de la lucha armada contra la tiranía batistiana; éramos, en cambio, opuestos por principios a todo acto terrorista que condujera a la muerte de personas inocentes. Tal conducta, mantenida a lo largo de más de medio siglo, nos otorga el derecho a expresar un punto de vista sobre el delicado tema.

En acto público masivo efectuado en la Ciudad Deportiva expresé aquel día la convicción de que el terrorismo internacional jamás se resolvería mediante la violencia y la guerra.

Fue por cierto, durante años, amigo de Estados Unidos que lo entrenó militarmente, y adversario de la URSS y del socialismo, pero cualquiera que fuesen los actos atribuidos a Bin Laden, el asesinato de un ser humano desarmado y rodeado de familiares constituye un hecho aborrecible. Aparentemente eso es lo que hizo el gobierno de la nación más poderosa que existió nunca.

El discurso elaborado con esmero por Obama para anunciar la muerte de Bin Laden afirma: «...sabemos que las peores imágenes son aquellas que fueron invisibles para el mundo. El asiento vacío en la mesa. Los niños que se vieron forzados a crecer sin su madre o su padre. Los padres que nunca volverán a sentir el abrazo de un hijo. Cerca de 3 000 ciudadanos se marcharon lejos de nosotros, dejando un enorme agujero en nuestros corazones.»

Ese párrafo encierra una dramática verdad, pero no puede impedir que las personas honestas recuerden las guerras injustas desatadas por Estados Unidos en Iraq y Afganistán, a los cientos de miles de niños que se vieron forzados a crecer sin su madre o su padre y a los padres que nunca volverían a sentir el abrazo de un hijo.

Millones de ciudadanos se marcharon lejos de sus pueblos en Iraq, Afganistán, Vietnam, Laos, Cambodia, Cuba y otros muchos países del mundo.

De la mente de cientos de millones de personas no se han borrado tampoco las horribles imágenes de seres humanos que en Guantánamo, territorio ocupado de Cuba, desfilan silenciosamente sometidos durante meses e incluso años a insufribles y enloquecedoras torturas; son personas secuestradas y transportadas a cárceles secretas con la complicidad hipócrita de sociedades supuestamente civilizadas.

Obama no tiene forma de ocultar que Osama fue ejecutado en presencia de sus hijos y esposas, ahora en poder de las autoridades de Pakistán, un país musulmán de casi 200 millones de habitantes, cuyas leyes han sido violadas, su dignidad nacional ofendida, y sus tradiciones religiosas ultrajadas.

¿Cómo impedirá ahora que las mujeres y los hijos de la persona ejecutada sin Ley ni juicio expliquen lo ocurrido, y las imágenes sean transmitidas al mundo?

El 28 de enero de 2002, el periodista de la CBS Dan Rather, difundió por esa emisora de televisión que el 10 de septiembre de 2001, un día antes de los atentados al World Trade Center y al Pentágono, Osama Bin Laden fue sometido a una diálisis del riñón en un hospital militar de Pakistán. No estaba en condiciones de ocultarse y protegerse en profundas cavernas.

Asesinarlo y enviarlo a las profundidades del mar demuestra temor e inseguridad, lo convierten en un personaje mucho más peligroso.

La propia opinión pública de Estados Unidos, después de la euforia inicial, terminará criticando los métodos que, lejos de proteger a los ciudadanos, terminan multiplicando los sentimientos de odio y venganza contra ellos.

Un fuego que puede quemar a todos

Por Fidel Castro Ruz

Reflexiones de Fidel, tomada de www.cubadebate.cu

Se puede estar o no de acuerdo con las ideas políticas de Gaddafi, pero la existencia de Libia como Estado independiente y miembro de las Naciones Unidas nadie tiene derecho a cuestionarlo.

Todavía el mundo no ha llegado a lo que, desde mi punto de vista, constituye hoy una cuestión elemental  para la supervivencia de nuestra especie: el acceso de todos los pueblos a los recursos materiales de este planeta. No existe otro en el Sistema Solar que posea las más elementales condiciones de la vida que conocemos.

Los propios Estados Unidos  trataron siempre de ser un crisol de todas las razas, todos los credos y todas las naciones: blancas, negras, amarillas, indias y mestizas, sin otras diferencias que no fuesen las de amos y esclavos, ricos y pobres; pero todo dentro de los límites de la frontera: al norte, Canadá; al sur, México; al este, el Atlántico y al oeste, el Pacífico. Alaska, Puerto Rico y Hawai eran simples accidentes históricos.

Lo complicado del asunto es que no se trata de un noble deseo de los que luchan por un mundo mejor, lo cual es tan digno de respeto como las creencias religiosas de los pueblos. Bastarían unos cuantos tipos de isótopos radiactivos que emanaran del uranio enriquecido consumido por las plantas electronucleares en cantidades relativamente pequeñas ─ya que no existen en la naturaleza─ para poner fin a la frágil existencia de nuestra especie. Mantener esos residuos en volúmenes crecientes, bajo sarcófagos de hormigón y acero, es uno de los mayores desafíos de la tecnología.

Hechos como el accidente de Chernóbil o el terremoto de Japón han puesto en evidencia esos mortales riesgos.

El tema que deseo abordar hoy no es ese, sino el asombro con que observé ayer, a través del programa Dossier de Walter Martínez, en la televisión venezolana, las imágenes fílmicas de la reunión entre el jefe del Departamento de Defensa, Robert Gates, y el Ministro de Defensa del Reino Unido, Liam Fox, que visitó Estados Unidos para discutir la criminal guerra desatada por la OTAN contra Libia. Era algo difícil de creer, el Ministro inglés ganó el “Oscar”; era un manojo de nervios, estaba tenso, hablaba como un loco, daba la impresión de que escupía las palabras.

Desde luego, primero llegó a la entrada de El Pentágono donde Gates lo esperaba sonriente. Las banderas de ambos países, la del antiguo imperio colonial británico y la de su hijastro, el imperio de Estados Unidos, flameaban en lo alto de ambos lados mientras se entonaban los himnos. La mano derecha sobre el pecho, el saludo militar riguroso y solemne de la ceremonia del país huésped. Fue el acto inicial. Penetraron después los dos ministros en el edificio norteamericano de la Defensa. Se supone que hablaron largamente por las imágenes que vi cuando regresaban cada uno con un discurso en sus manos, sin dudas, previamente elaborado.

El marco de todo el escenario lo constituía el personal uniformado. Desde el ángulo izquierdo se veía un joven militar alto, flaco, al parecer pelirrojo, cabeza rapada, gorra con visera negra embutida casi hasta el cuello, presentando fusil con bayoneta, que no parpadeaba ni se le veía respirar, como estampa de un soldado dispuesto a disparar una bala del fusil o un cohete nuclear con la capacidad destructiva de 100 mil toneladas de TNT. Gates habló con la sonrisa y naturalidad de un dueño. El inglés, en cambio, lo hizo de la forma que expliqué.

Pocas veces vi algo más horrible; exhibía odio, frustración, furia y un lenguaje amenazante contra el líder libio, exigiendo su rendición incondicional. Se le veía indignado porque los aviones de la poderosa OTAN no habían podido doblegar en 72 horas la resistencia libia.

Nada más le faltaba exclamar: “lágrimas, sudor y sangre”, como Winston Churchill cuando calculaba el precio a pagar por su país en la lucha contra los aviones nazis. En este caso el papel nazifascista lo está haciendo la OTAN con sus miles de misiones de bombardeo con los aviones más modernos que ha conocido el mundo.

El colmo ha sido la decisión del Gobierno de Estados Unidos autorizando el empleo de los aviones sin piloto para matar hombres, mujeres y niños libios, como en Afganistán, a miles de kilómetros de Europa Occidental, pero esta vez contra un pueblo árabe y africano, ante los ojos de cientos de millones de europeos y nada menos que en nombre de la Organización de Naciones Unidas.

El Primer Ministro de Rusia, Vladimir Putin, declaró ayer que esos actos de guerra eran ilegales y rebasaban el marco de los acuerdos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Los groseros ataques contra el pueblo libio que adquieren un carácter nazifascista pueden ser utilizados contra cualquier pueblo del Tercer Mundo.

Realmente me asombra la resistencia que Libia ha ofrecido.

Ahora esa belicosa organización depende de Gaddafi. Si resiste y no acata sus exigencias, pasará a la historia como uno de los grandes personajes de los países árabes.

¡La OTAN atiza un fuego que puede quemar a todos!

Reflexiones de Fidel: Los Debates del Congreso

Escuché hoy domingo, a las 10 de la mañana, los debates de los delegados al Sexto Congreso del Partido.

Eran tantas las Comisiones que, como es lógico, no pude escuchar a todos los que hablaron.

Se habían reunido en cinco Comisiones para discutir numerosos temas. Desde luego que yo también aprovechaba los recesos para respirar con calma y consumir algún portador energético de procedencia agrícola. Ellos seguramente con más apetito por su trabajo y su edad.

Me asombraba la preparación de esta nueva generación, con tan elevado nivel cultural, tan diferente a la que se alfabetizaba precisamente en 1961, cuando los aviones yankis de bombardeo, en manos mercenarias, atacaban la Patria. La mayor parte de los delegados al Congreso del Partido eran niños, o no habían nacido.

No me importaba tanto lo que decían, como la forma en que lo decían. Estaban tan preparados y era tan rico su vocabulario, que yo casi no los entendía. Discutían cada palabra, y hasta la presencia o la ausencia de una coma en el párrafo discutido.

Su tarea es todavía más difícil que la asumida por nuestra generación cuando se proclamó el socialismo en Cuba, a 90 millas de Estados Unidos.

Por ello, persistir en los principios revolucionarios es, a mi juicio, el principal legado que podemos dejarle. No hay margen para el error en este instante de la historia humana. Nadie debe desconocer esa realidad.

La dirección del Partido debe ser la suma de los mejores talentos políticos de nuestro pueblo, capaz de enfrentarse a la política del imperio que pone en peligro a la especie humana y genera gansters como los de la OTAN, capaces de lanzar en solo 29 días, desde el inglorioso “Amanecer de la Odisea”, más de 4 mil misiones de bombardeo sobre una nación de África.

Es deber de la nueva generación de hombres y mujeres revolucionarios ser modelo de dirigentes modestos, estudiosos e incansables luchadores por el socialismo. Sin duda constituye un difícil desafío en la época bárbara de las sociedades de consumo, superar el sistema de producción capitalista, que fomenta y promueve los instintos egoístas del ser humano.

La nueva generación está llamada a rectificar y cambiar sin vacilación todo lo que debe ser rectificado y cambiado, y seguir demostrando que el socialismo es también el arte de realizar lo imposible: construir y llevar a cabo la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, y defenderla durante medio siglo de la más poderosa potencia que jamás existió.

El Socialismo, el futuro y el debate

Por Norland Rosendo González

Nunca antes, en un momento tan crucial para una nación, el futuro fue sometido al debate público, en una suerte de tribuna amplia a la que todos tuvieron acceso, los simpatizantes y los detractores, sin distinción de ningún tipo.

Así ha ocurrido con el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución para los próximos años. Un documento que de su versión inicial a la que analizarán los delegados al VI Congreso del PCC a partir de hoy ha sufrido muchas modificaciones, todas surgidas del pueblo cubano, en reuniones de vecinos, trabajadores, militantes políticos.

Según el Informe presentado ayer por el general de ejército Raúl Castro, Segundo Secretario del PCC y Presidente de los consejos de Estado y de Ministros:

«Durante tres meses, del primero de diciembre del 2010 al 28 de febrero del presente año, se desarrolló el debate, en el cual participaron 8 millones 913 mil 838 personas en más de 163 mil reuniones efectuadas en el seno de las diferentes organizaciones, registrándose una cifra superior a tres millones de intervenciones».

Y añadió: «El documento original contenía 291 lineamientos, de los cuales 16 fueron integrados en otros, 94 mantuvieron su redacción, en 181 se modificó su contenido y se incorporaron 36 nuevos, resultando un total de 311 en el actual proyecto.

«Estos números, en simple aritmética, constatan la calidad de la consulta, donde en mayor o menor medida, algo más de dos tercios de los lineamientos, exactamente el 68 %, fueron reformulados.

Bastan esos datos para comprobar que el debate ha sido rico, participativo, transparente. Cada quien ha podido expresar su criterio, discrepar, sugerir, sin que le arrebaten la palabra ni le dejen de tomar nota a su aporte.

En un escenario internacional matizado por crisis de varios tipos: económica, ecológica, de valores, en el que el pensamiento único emanado de los centros hegemónicos de poder trata de desmovilizar las voces discrepantes, silenciarlas, Cuba se ha abierto al debate con todo su pueblo, lo ha escuchado, consciente de que la fortaleza de nuestra Revolución está en la participación responsable y activa.

Otros estados, para tomar decisiones trascendentales, sesionan a puertas cerradas, solo los gobernantes, los legisladores, los políticos, la mayoría de ellos defensores extremistas de la ideología capitalista, y como tal votan por paquetes de medidas que en nada benefician a  los sectores más vulnerables y pobres.

Y ese es el modelo de democracia que recomiendan en Washington y en «la vieja y culta» Europa. Con el pueblo, no consultar nada. Solo dejarles como espacio democrático el sufragio electoral, casi siempre por dos o más candidatos que si acaso se diferencian en algunos rasgos físicos.

Cuba seguirá a contracorriente de los ideólogos del fin de la historia, de la dictadura de los capitales, de los depredadores del planeta y de la propia especie humana. Y sobre todo, de los que reducen los espacios participativos para no escuchar a quienes claman por un mundo mejor.

Como dijera Raúl en la inauguración del VI Congreso de los comunistas cubanos, al referirse a las amplias jornadas de debate público del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución:

«Este proceso puso de manifiesto la capacidad del Partido para conducir un diálogo serio y transparente con la población sobre cualquier asunto, por sensible que éste fuera, máxime cuando se trata de ir forjando un consenso nacional acerca de los rasgos que deberán caracterizar al Modelo Económico y Social del país.

«Al propio tiempo, los resultados del debate, por los datos recopilados, constituyen un formidable instrumento de trabajo, para la dirección del Gobierno y el Partido a todos los niveles, así como una suerte de referéndum popular respecto a la profundidad, alcance y ritmo de los cambios que debemos introducir.

«En un verdadero y amplio ejercicio democrático, el pueblo manifestó libremente sus opiniones, esclareció dudas, propuso modificaciones, expresó sus insatisfacciones y discrepancias y también sugirió abordar la solución de otros problemas no contenidos en el documento.»

El socialismo se construye entre todos y con el aporte de todos, se renueva de acuerdo con los escenarios, las circunstancias y las posibilidades. Solo el permanente examen público permite enriquecerlo y evitar torcer el rumbo. Cuba lo sabe.